El paraguas de pelo.

Rufo cambiaba todos los días sus zapatos, los tenía ordenados por orden cronológico y nunca dejaba que Pato, su gato, se acercase a ellos.
Un día Pato descansaba sobre unas botas verdes, que eran las más antiguas y las que Rufo más apreciaba.
Era media tarde y había empezado a llover, después de hacer los deberes Rufo recordó que tenía que recoger un paquete que su tío le había enviado a la oficina de correos.
Pato se quedó quieto, vio como las manos de Rufo se acercaban hasta alcanzar las hebillas doradas, así que permaneció en silencio.
Durante el camino Rufo no notó nada extraño en su pie izquierdo, al llegar a la oficina estaba, como siempre, la vecina Dorinda esperando la carta de su marido.
Ella creía que seguía vivo, y para recibir la carta que nunca llegaría siempre, se vestía de verde y se perfumaba.
Al ver a Rufo, se agachó a saludarle y le retiró la capucha,luego le secó la lluvia de la frente diciendo:
-¿Dónde vas tan acelerado Rufito?-preguntó Dorinda mientras se fijaba en las botas.
Pato cerró fuerte los ojos.
-Llevas unas botas preciosas.-dijo la vecina.
-La abuela Amelia me las regaló.-presumió el chico al ver que alguien apreciaba parte de su tan amada colección de calzado.
Dorinda no contestó, giró su cabeza y volvió a dejar la vista suspendida en el reloj de la estación.
Rufo sacudió fuerte los pies en el felpudo nada más llegar y en uno de los golpes, Pato salió disparado al paragüero del vestidor.
Se había librado de ésta, pensó.
El fondo del paragüero estaba lleno de llaves, porque justo encima estaba el llavero de toda la familia.
Allí iban a parar llaves antiguas y llaves que ya se daban por perdidas, nunca nadie pensó en buscarlas en un paragüero.
Los paragüeros son para los paraguas.
Era la hora de hacer la compra para la cena y estaba lloviendo, Amelia; abuela de Rufo, se engabardinó hasta el cuello y se dispuso a salir de casa.
Cuando Pato volvió a abrir los ojos, se dio cuenta de que ya no había llaves y paraguas a su alrededor, si no un montón de señoras habladoras esperando el turno para ser atendidas en la carnicería.
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